EL PIOJO QUE SALVÓ A SANTIAGO
Dr. Hernán Sudy Pinto
Parado en una colina iluminada por las llamas que consumían a la ciudad de Concepción, se oía una voz que gritaba:” Inche Lautaro, apumbin ta pu huinca”, yo soy Lautaro, que he vencido a los españoles, yo he muerto a Valdivia y derrotado a Villagra y arrasado Concepción. Toquis y caciques discutían como proseguir la campaña. Lo mejor era marchar sobre Santiago y limpiar enteramente al país de los aborrecidos invasores. Sin embargo la marcha victoriosa se detuvo a orillas del río Mataquito donde Lautaro fijó su campamento. ¿Qué había pasado?
Una extraña fiebre atacó a sus huestes matando a gran número de sus guerreros, donde había un millón de mapuches quedaron menos de 6 mil. Era el chavalonco, (humo en la cabeza), una epidemia de Tifus exantemático, enfermedad infecciosa transmitida por la picadura del piojo, que los conquistadores habían traído hasta America desde el viejo mundo, en sus largos cabellos y sus vestimentas. Su picadura trasmite un germen llamado Rickettsia prowaseki (Howard Ricketts y Stanislas Powazek), que circula por la sangre provocando una infección con mucha fiebre, cefalea intensa y confusión como si el humo hubiese entrado a la cabeza (tifus), además de un exantema eritematoso, manchas rojas en la piel del tórax y el abdomen. La mortalidad va del 15% al 75% de los casos y diezmó a los araucanos entre 1554 y 1557 deteniendo su marcha triunfal hacia la capital del Reino de Chile. Aunque los españoles creían que esta era una ayuda de la Divina Providencia y los mapuches, que no conocían esta enfermedad, pensaban en el uso un arma mágica de los huincas, la verdad es que Santiago se salvó gracias a algo mucho más prosaico: el piojo, vulgar insecto vector, que los desaseados conquistadores habían traído consigo hasta el Reino de Chile.